Hace cuatro años mi hija India tenía tres, caminábamos por la calle después de haberla llevado al dentista y me pidió que jugáramos a un juego; ella cerraba los ojos, me daba la mano y yo la guiaba con mi voz para que no chocase con nada. A los pocos minutos de empezar el juego escuché un golpe muy fuerte que me asustó, al mirar hacia mi izquierda vi a mi hija golpeada contra una farola.
Con la voz entrecortada India me recordó que no había hecho bien mi papel en el juego, segundos después comenzó a llorar y apareció un gran bulto en su frente.
Las que sois madres sabréis que su dolor físico me atravesó el corazón y sentí una angustia vital que ni abrazos, ni besos, ni disculpas hacia mi hija atenuaban.
Allí, sentadas en un portal, estuvimos las dos hasta que nos recompusimos.
Aquel día yo había salido de la oficina antes, había dejado muchas "tareas" pendientes y estaba siendo una época díficil para mi en cuanto a compatibilizar mis responsabilidades como madre con las responsabilidades y la exigencia de la función que ocupaba en mi empresa.
Cuando mi hija se golpeó mi mente todavía seguía en el trabajo, por eso no vi la farola.
Aquel incidente fue uno más de los que ocurrieron durante algún tiempo en el que me sentía muy estresada, desbordada y fuera de control.
Afortunadamente hoy ya no me siento así y lo habitual es que esté presente cuando estoy con mi hija pero no bajo la guardia porque estar así no sólo ha sido resultado de mi trabajo personal sino que ha ayudado el cambio de función que tuve en la empresa hace 3 años, es decir, ayudó que las circunstancias cambiasen.
Mi hija ha sido desde que nació el principal espejo en el que se reflejaba mi falta de consciencia(capacidad de reconocer el ser humano la realidad circundante y relacionarse con ella o dicho de otro modo la actividad mental del sujeto que permite sentirse presente en el mundo y en la realidad).
Antes de nacer ella por supuesto que en algún momento puntual me había dado cuenta de estar físicamente en un lugar y estar pensando en otra cosa que nada tenía que ver con aquello pero nunca lo había sentido por tiempo prolongado.
Cuando mi hija vino a mi vida me veía en ella, era incómodo descubrir aspectos de mi personalidad y de mi vida que no me gustaban, sin embargo había llegado el momento de hacer algo, de implicarse y tomar las riendas del cambio. Comer mejor, hacer más deporte, reducir los niveles de estrés, rodearme de entornos saludables y sobre todo conocerme para averiguar cómo evolucionar.
Hoy, tras todo el trabajo realizado siento que estoy en el camino correcto, son días muy puntuales los que "no estoy" presente cuando estoy con ella. Ahora sí puede confiar en mi para guiarla, apoyarla y cuidarla, por supuesto se dará golpes y no tan literales como el de la farola pero no serán por la falta de implicación de su madre.
¿Y en tu caso? ¿ cuál fue el espejo en el que te miraste para reflexionar acerca de tus comportamientos, pensamientos, emociones?
Yo he descubierto que además de mi hija, el yoga es uno de esos espejos, me permite incrementar la capacidad de observación hacia mi misma y hacia lo que me rodea (precisamente la definición de "consciencia", ¿recuerdas?). Además, me ayuda a desarrollar la compasión no sólo hacia los demás sino hacia mi para perdonarme y en lugar de seguir juzgándome y exigiéndome, ir dando pasos para ser mejor.
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